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jueves, 10 de junio de 2021
La derrota más cara en la guerra más larga de los Estados Unidos, y la OTAN frente a una narcoguerrilla
La derrota de Estados Unidos y la OTAN ante la narcoguerrilla de los Talibanes y Muyahadines, tras una guerra de 20 años, donde la derrota se produce porque los narco guerrilleros de Afganistán al igual que los de Colombia son financiados por los narco consumidores norteamericanos y europeos, que pagan mas cuanto más problemas ponen EE. UU y Europa o Australia a los narcotraficantes, cada embarque capturado multiplica el valor de las drogas, y hace atractivo el negocio y es tan bueno que se puede construir un mini submarino para llevar un cargamento y luego hundirlo.
Afganistán: ¿sirvió de algo la guerra más costosa de la historia?
Frank Gardner
Corresponsal de seguridad de la BBC
Después de 20 años en el país, las fuerzas de Estados Unidos y Reino Unido se retiran de Afganistán.
Los restantes 3.000 hombres y mujeres que prestan servicio allí empezaron a abandonar el país, para completar la retirada el próximo 11 de septiembre.
La fecha es significativa.
Serán exactamente 20 años desde que al Qaeda perpetró los ataques del 11-S, planeados y dirigidos desde Afganistán, que motivaron la respuesta de una coalición encabezada por EE.UU. que removió al Talibán del poder y temporalmente sacó a al Qaeda del país.
El costo de esa intervención militar y de seguridad de 20 años ha sido astronómicamente alto, en vidas, sustento y dinero.
Más de 2.500 soldados de EE.UU. han muerto y más de 20.000 resultaron heridos, además de 450 bajas británicas y cientos más de otras nacionalidades.
Pero son los afganos los que se han llevado la peor parte de las bajas, con más de 60.000 miembros de sus fuerzas de seguridad muertas y casi el doble de víctimas civiles.
Se estima que el costo financiero para el contribuyente estadounidense llega casi a la impresionante cifra de US$1.000.000.000.000 (un billón de dólares).
Así que la complicada pregunta que hay que hacer es: ¿valió la pena?
La respuesta depende de la vara con que se está midiendo.
Bin Laden
Demos primero un paso atrás y consideremos por qué las fuerzas de Occidente invadieron en primer lugar y qué pretendieron lograr.
Durante cinco años, entre 1996-2001, un grupo transnacional designado como terrorista, al Qaeda, pudo establecerse en Afganistán, al mando de su carismático líder, Osama Bin Laden.
La organización armó campamentos de entrenamiento de extremistas, inclusive experimentando con gas venenoso con perros, y reclutaron y adiestraron a unos 20.000 yihadistas voluntarios de todo el mundo.
El grupo también dirigió el doble ataque contra las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania en 1998, en los que murieron 224 personas, la mayoría civiles africanos.
Al Qaeda pudo operar con impunidad en Afganistán porque recibía protección del gobierno de la época: el Talibán, que habían tomado el control de todo el país en 1996, tras la retirada del Ejército Rojo soviético y los subsiguientes años de guerra civil.
Washington, a través de sus aliados sauditas, intentaron persuadir al Talibán de que expulsara a al Qaeda, pero estos rehusaron hacerlo.
Después de los ataques de septiembre de 2001, la comunidad internacional solicitó al Talibán que entregara a los responsables pero, una vez más, el Talibán se negó.
Así que, el siguiente mes, una fuerza afgana anti-Talibán conocida como la Alianza del Norte avanzó hacia Kabul, apoyada por fuerzas estadounidenses y británicas, desalojando al Talibán del poder y forzando a al Qaeda a huir por la frontera a Pakistán.
Altas fuentes de seguridad le han confirmado a la BBC que desde ese momento no ha habido un solo ataque terrorista internacional exitoso que haya sido planeado desde Afganistán.
Así que, usando puramente la medida de antiterrorismo internacional, la presencia militar y de seguridad occidental logró su objetivo.
Pero esa, por supuesto, sería una medida extremadamente simplista que ignora el enorme costo que este conflicto ha cobrado -y sigue cobrando- a los afganos, tanto civiles como militares.
Legado
20 años después, el país todavía no logra la paz. Según el grupo de investigación Action on Armed Violence (Acción contra la violencia armada), en 2020 hubo más afganos muertos por dispositivos explosivos que en cualquier otra parte del mundo.
Al Qaeda, Estado Islámico (EI) y otros grupos milicianos no han desaparecido, están resurgiendo y sin duda están alentados por la inminente retirada de las restantes fuerzas occidentales.
En 2003, durante una misión a la remota base estadounidense de artillería en la provincia de Paktika, recuerdo al veterano colega de la BBC, Phil Goodwin, manifestando sus dudas sobre el legado que la presencia militar de la coalición dejaría atrás.
"En 20 años", vaticinó, "el Talibán estará de vuelta en control en la mayoría del sur". Hoy día, tras las conversaciones de paz en Doha y los avances militares sobre el terreno, están a punto de jugar un papel decisivo en el futuro de todo el país.
Sin embargo, el general Nick Carter, jefe militar conjunto de Reino Unido, que prestó servicio allí varias veces, señala que "la comunidad internacional ha construido una sociedad civil que ha cambiado el cálculo del tipo de legitimidad popular que busca el Talibán".
"El país se encuentra en un mejor sitio que en 2001", afirma, "y el Talibán ha adquirido una mente más abierta".
El doctor Sajjan Gohel, de la Fundación Asia Pacífico, tiene un punto de vista un poco más pesimista.
"Hay una legítima preocupación", comenta, "que Afganistán pueda regresar a ser el caldo de cultivo del extremismo que fue en los años 1990". Es una preocupación compartida por muchas agencias de inteligencia de Occidente.
Gohel vaticina que "ahora habrá una nueva oleada de combatientes terroristas extranjeros de Occidente que viajarán a Afganistán para recibir entrenamiento. Pero Occidente será incapaz de lidiar con el problema porque la retirada de Afganistán ya se habrá completado".
Es posible que esto no sea inevitable.
Dependerá de dos factores: primero, si un Talibán triunfante permite las actividades de al Qaeda y EI en las regiones que tiene bajo su control y, segundo, el grado al cual la comunidad internacional esté preparada para luchar contra ellos cuando ya no tenga los recursos en el país.
De manera que el futuro panorama de seguridad en Afganistán es opaco.
La nación que las fuerzas occidentales abandonarán en septiembre está lejos de ser segura. Pero pocos hubieran vaticinado, en los agitados días después de S-11, que permanecerían tanto tiempo como dos décadas.
Cuando echo una mirada atrás a los varios viajes que hice como reportero a Afganistán, bajo el auspicio de las tropas estadounidenses, británicas y emiratíes, un recuerdo sobresale por encima de todos.
Fue en una base de artillería del ejército de EE.UU. a unos 6 km de la frontera con Pakistán, y estábamos acurrucados en cajas de municiones dentro de un fuerte con muros de barro bajo un cielo estrellado.
Todos habíamos cenado bife de chorizo tejano, que habían traído directamente desde la base aérea estadounidense en Ramstein, Alemania -sí, eso pasó de verdad- y todavía no había caído la descarga de cohetes talibanes que luego impactó la base.
Un soldado de 19 años, del estado de Nueva York, nos contó cómo había perdido a varios de sus camaradas durante el tiempo que había estado aquí. "Si me llega la hora, me llega", dijo encogiendo los hombros.
Fue cuando alguien sacó una guitarra y dio una interpretación perfecta de la canción "Creep", del grupo Radiohead. Terminó con estas palabras: "¿Qué diablos hago aquí?¿No pertenezco aquí?". Y recuerdo haber pensado en ese momento: No, seguramente no.La OTAN se retira de Afganistán: las fuerzas locales están preocupadas
Decenas de miles de afganos que trabajan para las fuerzas de la OTAN quieren emigrar tras la retirada de las tropas. Temen la venganza de los talibanes. Ellos han prometido no perseguirlos. Pero ¿se puede confiar en eso?
Retirada en plena marcha
Tras casi 20 años, la misión de tropas internacionales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán está llegando a su fin. Desde el anuncio, en abril de 2021, los preparativos ya están en marcha. En el último recuento, más de 43.000 militares de 40 países estaban estacionados allí como parte de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF).
Acceso exclusivo de la BBC al territorio controlado por el Talibán en Afganistán: "Hemos ganado la guerra, EE.UU. ha perdido"
Secunder Kermani y Mahfouz Zubaide
BBC News, distrito Balkh
No cuesta mucho llegar al territorio controlado por el Talibán en Afganistán.
Tras partir de la ciudad norteña de Mazar-e-Sharif y conducir unos 30 minutos por una carretera llena de cráteres dejados por bombas, nos encontramos con nuestro anfitrión: Haji Hekmat, el alcalde del Talibán (un cargo paralelo al oficial) en el distrito Balkh.
Este hombre bien perfumado, con un turbante negro que le adorna la cabeza, es un veterano. Se incorporó a los militantes en la década de 1990, cuando estos controlaban la mayoría de Afganistán.
La misma semana en que la administración Biden anunció que completará la retirada de las tropas estadounidenses que quedan desplegadas en el país el 11 de septiembre —retrasando así la fecha límite acordada por su predecesor Donald Trump con el Talibán, el 1 de mayo— los talibanes han organizado para nosotros una demostración de poderío.
Flanquean la calle varios hombres fuertemente armados, uno de ellos con un lanzagranadas, otro con un rifle de asalto M4 que perteneció a un soldado estadounidense.
Balkh, el que fuera uno de los distritos más estables del país,es ahora uno de los más violentos.
Baryalai, un comandante local con una reputación feroz, señala hacia el otro lado de la carretera: "Las fuerzas del gobierno están ahí nomás, cerca del mercado central, pero no pueden salir de sus bases. Este territorio pertenece a los muyahidines".
El panorama es similar en gran parte de Afganistán: el gobierno controla las ciudades y los pueblos principales, pero el Talibán los rodea, con una amplia presencia en el campo.
El grupo miliciano afirma su autoridad con retenes esporádicos a lo largo de carreteras clave. A medida que los talibanes detienen e interrogan los automovilistas, Aamir Sahib Ajmal, el líder local del servicio de inteligencia Talibán, nos cuenta que están buscando a personas vinculadas con el gobierno.
"Los arrestamos y los tomamos prisioneros", dice. "Luego los dejamos en manos de nuestros tribunales y ellos deciden que sucede después".
Sentado con una taza de té verde, Haji Hekmat proclama: "Hemos ganado la guerra y Estados Unidos ha perdido".
La decisión del presidente Biden de retrasar la retirada de sus fuerzas a septiembre, que significa su permanencia en el país más allá del plazo acordado el año pasado, ha provocado una fuerte reacción de parte del liderazgo político del Talibán.
No obstante, la situación parece estar del lado de los milicianos.
"Estamos listos para cualquier cosa", asegura Haji Hekmat. "Estamos totalmente preparados para la paz y estamos totalmente preparados para la yihad".
Sentado a su lado, un comandante militar añade: "La yihad es un acto de adoración. La adoración es algo que, por mucho que la hagas, no te cansas".
Durante el último año, ha habido una aparente contradicción en la "yihad" del Talibán.
Frenaron los ataques contra las fuerzas internacionales tras firmar un acuerdo con EE.UU., pero continuaron combatiendo contra el gobierno afgano.
Sin embargo, Haji Hekmat, insiste en que no hay contradicción: "Queremos un gobierno islámico centrado en la ley sharia. Continuaremos con nuestra yihad hasta que acepten nuestras demandas".
Sobre si el Talibán estaría dispuesto a compartir el poder con otras facciones políticas afganas, Haji Hekmat difiere de la posición del liderazgo político del grupo en Qatar. "Lo que ellos decidan, lo aceptaremos", dice repetidamente.
El Talibán no se ven a sí mismo como un simple grupo rebelde, sino como el futuro gobierno.
Los militantes se refieren a sí mismos como el "Emirato Islámico de Afganistán", el nombre que utilizaron cuando estuvieron en el poder desde 1996 hasta que fueron depuestos tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Ahora, tienen una sofisticada estructura "en la sombra", paralela a la oficial, con funcionarios a cargo de supervisar los servicios cotidianos en las regiones que controlan. Haji Hekmat, el alcalde talibán, nos lleva en una gira.
Nos muestran una escuela primaria, con niños y niñas escribiendo en textos donados por al ONU. Cuando estaban en el poder en los 1990, el Talibán prohibió la educación femenina, aunque lo ha negado con frecuencia.
Aún ahora, varios informes señalan que en ciertas zonas a las niñas mayores no se les permite asistir a clases. Pero por lo menos aquí, el Talibán asegura que lo fomentan activamente.
"Siempre y cuando vistan el hiyab, es importante que estudien", dice Mawlawi Salahuddin, encargado de la comisión local de educación del Talibán.
En las escuelas secundarias, indica, sólo se permiten mujeres maestras y el velo es obligatorio. "Si siguen la ley sharia, no hay problema".
Fuentes locales nos informaron que el Talibán canceló las clases de arte y civismo, reemplazándolas con materias islámicas, pero por lo demás siguen el programa educativo nacional.
Entonces ¿envían los talibanes a sus propias hijas a la escuela?
"Mi hija es muy joven, pero cuando crezca, la mandaré al colegio y a la madrasa —centro musulmán de estudios superiores—, siempre y cuando se implemente el hiyab y la ley sharia", señala Salahuddin.
El gobierno paga los salarios del personal, pero el Talibán está a cargo. Es un sistema híbrido que se aplica por todo el país.
En un centro de salud aledaño, administrado por una organización humanitaria, la historia es parecida.
El Talibán permite el trabajo del personal femenino, pero tienen que tener un hombre acompañante durante la noche, y los pacientes están segregados según el sexo.
Los anticonceptivos y la información sobre planificación familiar están disponibles.
Está claro que los talibanes quieren que los veamos con otros ojos, más positivos.
Cuando pasamos en auto cerca de una escolares que van camino a casa, Haji Hekmat empieza a gesticular animadamente, orgulloso de haber contradicho nuestras expectativas.
Sin embargo, la opinión del Talibán sobre los derechos de la mujer siguen preocupando. El grupo no tiene representación femenina alguna, y en los 1990 impedía que las mujeres trabajaran fuera de casa.
Al pasar por las aldeas del distrito Balkh, nos cruzamos con varias mujeres y no todas visten burka.
Pero en el mercado local no hay ni una sola. Haji Hekmat insiste en que no tienen el acceso vetado, pero explica que, en una sociedad conservadora, es normal que no acudan.
Los militantes nos acompañan todo el rato y los pocos residentes locales con quienes hablamos declaran su apoyo al grupo y se muestran agradecidos por la mejora de la seguridad y la reducción del crimen.
"Cuando el gobierno tenía el control, solían encarcelar a nuestra gente y exigir sobornos para liberarlos", cuenta un anciano. "Nuestra gente sufrió mucho. Ahora estamos contentos con la situación".
Los valores ultraconservadores del Talibán resultan menos chocantes en las regiones más rurales, pero muchos, en particular en las ciudades, temen que se quiera resucitar el brutal Emirato Islámico de los 1990y se socaven las libertades con las que muchos jóvenes se han criado en las últimas dos décadas.
Un residente local que nos habló después, bajo anonimato, nos dijo que los talibanes son mucho más estrictos de lo que reconocieron en nuestras entrevistas.
El hombre aseguró que abofetean y golpean a los lugareños por afeitarse la barba, o destrozan sus estéreos por escuchar música.
"La gente no tiene otra opción que hacer lo que ellos dicen", le contó a la BBC. "Hasta por asuntos menores se vuelven violentos. La gente tiene miedo".
Mientras que los combatientes más jóvenes que nos rodean están contentos de tomarse fotos y selfies, él tiende a cubrirse el rostro con su turbante cuando ve nuestra cámara.
"Viejas costumbres", dice con una sonrisa, antes de permitir que filmemos su cara. Bajo el antiguo régimen Talibán, la fotografía estaba prohibida.
Le pregunto si cometieron errores cuando estaban en el poder. ¿Se comportarían de la misma manera otra vez?
"El Talibán de antes y el Talibán de ahora son lo mismo. Así que comparar esa época y la de ahora... nada ha cambiado", explica Haji Hekmat.
"Aunque naturalmente hay cambios de personal", añade. "Algunas personas son más rígidas y otras más calmadas. Eso es normal".
El Talibá parece ser deliberadamente impreciso con lo que significa el "gobierno islámico" que quiere crear.
Algunos analistas lo interpretan como un intento de evitar fricciones internas entre la línea dura y los miembros más moderados.
¿Podrán darles cabida a aquellos con puntos de vista diferentes sin alienar a su propia base? La toma de poder podría ser la prueba de fuego.
Durante un almuerzo de pollo y arroz, escuchamos los estruendos de por lo menos cuatro ataques aéreos a la distancia.
Haji Hekmat se mantiene impertérrito. "Es muy lejos, no se preocupen", dice.
La fuerza aérea, particularmente la aportada por los estadounidenses, ha sido crucial a lo largo de los años para detener el avance del Talibán.
EE.UU. ya ha recortado drásticamente sus operativos militares desde que el año pasado firmó el acuerdo con el grupo.
Y muchos temen que para cuando las tropas estadounidenses se retiren del todo, el Talibán estará ya posicionado para una toma militar del país.
Haji Hekmat se burla del gobierno afgano o "administración de Kabul", como el Talibán se refiere a este, tildándolo de corrupto y no islámico.
Es difícil imaginar a hombres como él reconciliándose con otros, a no ser que sea bajo sus propias condiciones.
"Esta es la yihad", afirma. "Es adoración. No lo hacemos por el poder sino por Ala y es su ley. (Para) Traer la ley sharía a este país. Lucharemos contra quien se oponga".
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